Capítulo 1250
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Liberto le suplicaba sosteniéndole la medicina frente a Pedro, diciendo: “Señor, por favor, tome su medicina“.
“Después de tomar la medicina, duerma un poco, mañana se sentirá mejor“.
Liberto habló con paciencia: “Mañana la Srta. Fernanda seguirá aquí,
¿verdad? Ella está siempre a su lado“.
Al escuchar lo que decía Liberto, Pedro empezó a relajarse un poco.
Sí.
Ella todavía estaba viva.
Tan hermosa, elegante, inteligente y astuta como él había imaginado.
Ella se había casado y era muy feliz.
Y sería feliz por el resto de su vida.
“Ser la esposa de Pedro es muy peligroso, que ella esté así ahora, es lo mejor que puedo imaginar para ella“.
Pedro tomó la medicina en sus manos y se recostó en la cama para
descansar.
Parecía que al caer la noche, volvería a aquel día de hace dieciséis años cuando Fernanda tenía solo seis años.
La gente de la familia Huerta la había secuestrado a ella y a Enrique.
En un intento desesperado por rescatar a Enrique, sus padres cayeron en una emboscada y ambos sufrieron un accidente fatal.
Al mismo tiempo, él se había lesionado las piernas mientras intentaba rescatar a Fernanda.
Llevando a Fernanda en brazos hacia un lugar seguro fuera de la explosión y mirando a Fernanda herida y desmayada en sus brazos, experimentó por primera vez lo que era la impotencia y la desesperación.
Nunca había creído en dioses.
Pero en aquel momento, rogó en su corazón, deseando que ella sobreviviera.
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Estaba dispuesto a pagar cualquier precio por ello.
Más tarde, cuando se despertó medio inconsciente.
Sús padres habían muerto y Enrique aún no había sido rescatado.
Él estaba discapacitado de las piernas, y Fernanda ardía de fiebre alta debido al shock y a las infecciones en sus heridas.
La familia Huerta estaba en desorden.
Pero no podía derrumbarse.
Ese año, la familia Huerta había sufrido un gran golpe y él tomó las riendas de la familia Huerta que su padre le había dejado.
No podía ir a ver a Fernanda, no tenía tiempo para nada más aparte del trabajo.
Rescató a Enrique y se vengó de sus enemigos.
Pero Fernanda, debido a la fiebre, no recordaba bien lo que había sucedido antes de los seis años.
En ese momento pensó que era mejor que no lo recordara.
Acercarse a él era acercarse al peligro.
Ser la esposa de la familia Huerta no era nada fácil ni seguro y con el corazón endurecido, no la vio durante seis años.
En esos seis años, se rehabilitó y trabajó.
A los diecisiete años, tomó oficialmente el control de la familia Huerta.
Pero incluso siendo tan poderoso como era, no pudo proteger a la familia Sierra ni a Fernanda de las tormentas exteriores.
La familia Sierra cayó en desgracia, Fernanda perdió a sus padres.
Su pequeña niña debía estar sufriendo mucho pero él no podía ir a verla.
Con el paso de los años, ella se había enamorado de otro y se casó.
Pero no era feliz.
Muchas veces quiso intervenir, pero él no era más que una persona
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irrelevante.
Era solo alguien discapacitado, rodeado de peligros por todas partes.
¿Qué derecho tenía para intervenir en su vida?
Solo podía verla hundirse, verla caer más y más profundo.
Se enfermó, y nunca logró recuperarse.
Luego, después de muchos años, ella quedó embarazada.
Enrique también se había vuelto más audáz y parecía que la familia Huerta ya no lo necesitaba.
En este mundo, ya no había nada ni nadie a quien él anhelara.
Ese año, murió por su enfermedad.
Pero en realidad, había renunciado a la vida.
Los días de intrigas eran agotadores, no le gustaban.
Los días de cargar con responsabilidades eran agotadores, tampoco le gustaban.
Era más cómodo cerrar los ojos.
Però el destino le jugó una gran broma.
Al abrir los ojos, había regresado al primer mes después de que Fernanda se
casara.
Parecía que todavía había esperanza…
Parecía que todo podía empezar de nuevo.